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Si tuviera que ordenar las generaciones de mi propia familia en periodos, diría que los años 1830 a 1868 corresponden a la juventud de mis bisabuelos y a la madurez de mis tatarabuelos. De ellos, me quedan recuerdos vaguísimos de los vagos recuerdos que tenían mis padres. Es un hilo de mi historia, de nuestra historia, que todavía me resulta familiar. Para mí, más allá, no hay historia contemporánea. Para las generaciones posteriores a las mías, estos años del siglo XIX son ya demasiado lejanos. Cuando empiezo en la Universidad un curso o doy una conferencia a los alumnos de bachillerato o a un público amplio sobre la España del XIX, me gusta preguntar sobre la idea previa de los oyentes respecto a la política española de la época. Normalmente recibo la impresión de la inmensa confusión que les producen nombres, gobiernos, pronunciamientos, constituciones. No ven un hilo conductor de la política de esos años. Procuro responder para aclarar que en esos años no hay democracia, sino un li