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Hace menos de cien años, el socialismo era un movimiento tan poderoso en la sociedad moderna que casi todos los teóricos sociales le dedicaban extensos tratados. El comienzo lo marcó John Stuart Mill en el siglo XIX, y lo siguieron Émile Durkheim, Max Weber y Joseph Schumpeter, para nombrar solo a los más importantes. A pesar de sus grandes diferencias, todos estos pensadores veían en el socialismo un desafío intelectual que acompañaría de forma permanente al capitalismo. Esto ha cambiado radicalmente. Ya no se confía en que el socialismo pueda despertar el entusiasmo de las masas ni se lo considera apto para señalar alternativas al capitalismo. "En un abrir y cerrar de ojos -escribe Axel Honneth- se intercambiaron los roles de dos grandes adversarios del siglo XIX: el futuro parece pertenecerle a la religión como fuerza ética; el socialismo, en cambio, es percibido como criatura intelectual del pasado".
Guiado por la convicción de que esta inversión ha ocurrido demasiado rápido y,